LA CONSPIRACIÓN FALLIDA DE EL ESCORIAL
Y OTROS ASUNTOS MÁS ÍNTIMOS
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La conocida como Conspiración de El Escorial, tuvo lugar el 5 de noviembre de 1807, en el Monasterio del mismo nombre, inscrito en la UNESCO en 2018. En su aniversario repasaremos algunas características de Fernando VII, conocido con el sobrenombre del Deseado o el rey Felón.
El 27 de octubre, durante una estancia de los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma en el Monasterio de El Escorial, se descubrió la traición de su hijo, el príncipe de Asturias Fernando de Borbón. Esta conspiración fallida quería provocar la caída del «favorito» Manuel Godoy y poner bajo control a la reina María Luisa, su principal apoyo, incluso se sospechó que quiso envenenarla.
En el juicio, Fernando se comportó como un cobarde y un egoísta ante el peligro, que confesó todo y delató a sus cómplices. Adulador con Godoy, difundió una imagen de príncipe inocente y mártir, lo que le sería de gran utilidad en el futuro.

La confusión creada en el decreto de 5 de noviembre por el que el rey Carlos IV perdonaba la traición supuso, paradójicamente, que su hijo saliese fortalecido y que los desprestigiados fueran Godoy, la reina y el «débil» Carlos IV, mientras que al príncipe de Asturias le consideraron víctima de la ambición de su madre y de su perverso favorito.
Fernando VII fue un declarado misógino y absolutista que jamás imaginó que iba a pasar los últimos años de su vida luchando por situar a una mujer en el trono con la ayuda de los liberales.
Pero además de traidor y felón, sufría una anomalía en su sistema reproductivo. Concretamente padecía macrosomía genital, es decir, las dimensiones de su miembro viril eran muy superiores a la media pudiendo alcanzar los 30 cm de envergadura. Esto explica que sus tres primeras esposas tuvieran serias dificultades e incluso se negaran a tener relaciones sexuales con él. Este problema, aunque privado, trascendió y según relató el escritor francés Prosper Mérimée: “su miembro era fino como una barra de lacre en su base, tan gordo como el puño en su extremidad”. ¡Pobres reinas!
La primera esposa fue su prima María Antonia de Nápoles que contrajo matrimonio con apenas 17 años. Parece ser que el todavía príncipe de Asturias le repugnaba y sufrió dos abortos antes de fallecer debido a una tuberculosis.

Fernando VII se casó en segundas nupcias con María Isabel de Braganza, Infanta de Portugal y fundadora del Museo del Prado, a la que engañó y ofendió a menudo con sus escapadas nocturnas por Madrid. A pesar de lo cual, la reina dio a luz a una hija que murió a los cuatro meses. María Isabel tuvo un terrible final y, según cuenta el cronista Wenceslao Ramírez de Villaurrutia “hallándose en avanzado estado de gestación y suponiéndola muerta, los médicos procedieron a extraer el feto, momento en el que la infortunada madre profirió un agudo grito de dolor que demostraba que todavía estaba viva”.
Su siguiente esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, fue educada en un convento ante la ausencia de su madre. A los 15 años de edad fue obligada a casarse con un hombre veinte años mayor que ella, lo que la traumatizó y se negó a tener relaciones sexuales con el Rey. Tuvo que mediar la Santa Sede para que la joven y puritana Reina aceptara como bueno y no pecaminoso el obligado débito conyugal. En los diez años que duró su matrimonio, nunca se quedó embarazada y falleció prematuramente de fiebres graves.
La falta de herederos y la amenaza de su hermano Carlos María Isidro de Borbón provocó que Fernando VII se casara de nuevo. Esta vez con María Cristina de las Dos Sicilias, otra de sus sobrinas quien informada del problema consiguió utilizar un artefacto para mitigar la macrosomía genital del Rey. Se trataba de una almohadilla perforada en el centro de pocos centímetros de espesor por donde Fernando introducía su miembro durante el coito.
Fruto de esta unión, nacieron la futura reina Isabel II y Luisa Fernanda, que más tarde se casaría con el duque de Montpensier.
Lo mejor que hizo Fernando VII, poco antes de su muerte, fue promulgar la Pragmática Sanción en 1830, que derogaba el Reglamento de sucesión de 1713 de Felipe V, y restablecía de este modo el sistema de sucesión tradicional de las Siete Partidas de Alfonso X de Castilla, según el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones. Como consecuencia ¡se declararon las Guerras Carlistas!
Giovanna G. de Calderón
MUJERES Y PATRIMONIO
Noviembre 2022
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