MUJERES ABORDO RUMBO AL NUEVO MUNDO
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No son pocas las mujeres que durante los siglos XVI y XVII viajaron al Nuevo Mundo en busca de una libertad que en esa España no tenían. El precio era altísimo pero las más valientes se lanzaron a la aventura junto al resto de exploradores. Por desgracia, la historia ha silenciado sus nombres y, hoy en día, sus hazañas en este periodo de la historia son invisibles.
¿Qué las motivó para embarcarse en un viaje tan peligroso? La mayoría estaban cansadas de ser relegadas a las tareas del hogar y la crianza de los hijos o desmoralizadas por un futuro impuesto desde la cuna, otras fueron en busca de sus maridos perdidos.
El anhelo de libertad era compartido por mujeres de todas las clases sociales: nobles, adineradas, pobres, religiosas, prostitutas… Algunas encontraron la muerte, pero muchas otras superaron los peligros llegando a alcanzar el éxito. Fueron pioneras exploradoras, navegantes, soldados, empresarias, esposas de colonos e incluso gobernadoras de territorios.

El primer requisito en común para poder embarcarse era estar en posesión de un certificado de buena conducta. En aquella época las mujeres no podían viajar al Nuevo Mundo salvo si lo hacían acompañadas de sus maridos o padres. Las que intentaban cruzar el Atlántico por su cuenta eran acusadas de prostitutas y severamente castigadas.
Sin embargo, tenemos el caso de Inés Suárez, futura conquistadora de Chile, que cuando fue en busca de su esposo consiguió un permiso real gracias a que dos vecinos ilustres, el capitán Marañón y Juan Garrote, dieron fe de que era buena cristiana y lograron subirla a un barco. Como requisito extra, también tuvo que ir acompañada de una joven recatada que los documentos y crónicas identifican como su sobrina.
Pero ¿cuánto duraba el viaje? Se estima que la travesía podía durar alrededor de cincuenta días, aunque La Adelantada Mencía Calderón tardó ¡seis años!
¿Cómo era la vida abordo? El profesor Esteban Mira Caballos, especializado en el descubrimiento de América, publica el artículo La vida y la muerte a bordo de un navío del siglo XVI en el Nº 108 de la Revista de historia naval. Algunos pasajes describen la dureza extrema de la travesía.
La vida en los navíos del siglo XVI era reducidísima y sin posibilidades de guardar la más mínima intimidad. Según estima Pablo Emilio Pérez Mallaína, cada pasajero disponía aproximadamente de 1,5 metros cuadrados. Las naos disponían de una sola cubierta en la que se le colocaban sobrecubiertas y toldas para proteger de alguna manera a la tripulación y al pasaje. Unas veces el frío y en otras el sol del trópico los abrasaba. Si decidían meterse bajo cubierta o en la bodega, el panorama no era mucho mejor, además del calor, el hedor a agua podrida era insufrible.
En los entrepuentes se acomodaban los baúles o cajas personales con la ropa, mantas y demás útiles básicos para la supervivencia. El baúl era un objeto multiusos, pues además de servir para guardar la ropa, se usaba de improvisada mesa, silla y hasta de tablero de juegos. En muchas ocasiones, también debían embarcar los alimentos propios, porque los que llevaba el barco estaban reservados para la marinería. Con frecuencia la tripulación trataba de mala manera al pasaje, a quienes consideraban un estorbo a la hora de llevar a cabo su trabajo. La cohabitación entre oficiales, marineros, soldados y pasajeros nunca fue fácil.

Uno de los problemas más graves que se vivían en las grandes travesías era la falta de higiene, porque no se podía utilizar el agua dulce para el aseo. Los olores eran nauseabundos y como consecuencia del hacinamiento aparecían enfermedades como la sarna. Para hacer sus necesidades había unas letrinas donde orinaban y defecaban a la vista de todos. Había que subirse al borde del buque y agarrarse con fuerza para no caer al agua. En el siglo XVII se construyó una tabla agujereada en el navío para poder defecar. Para evitar esta insalubridad se limpiaba la nave con regularidad.
El capitán de navío retirado Marcelino González, recuerda en su libro Vida en una nao del siglo XVI que los tripulantes vivían rodeados de animales (gallinas, corderos, cabras, cerdos y caballos) y atacados por parásitos y roedores. Cuando desaparecían los víveres frescos, la dieta quedaba reducida a víveres secos y galleta, lo que suponía una gran falta de vitamina “C”, que causaba el escorbuto y la consiguiente muerte. También fueron causantes de muchas dolencias: el mal estado de los alimentos, el aire viciado de la bodega y los parásitos.
Tormentas, naufragios, ataques piratas, hambre, temperaturas extremas, supersticiones, agresiones de sus propios compañeros de viaje son solo algunas de las dificultades que tuvieron que afrontar. A pesar de todo, miles mujeres navegaron en aquellos pequeños barcos a través de los mares y océanos, desafiando todo tipo de peligros, incomodidades e ¡incluso la muerte!
Giovanna G. de Calderón
MUJERES Y PATRIMONIO
15 de octubre de 2023
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