REBELDES E ILUSTRADAS
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La Ilustración permitió que algunas mujeres tuvieran acceso a la educación y que otras pudieran trabajar. Encontramos espacios formales como la Sociedad de Amigos del País o las Academias y espacios informales ocupados en mayor o menor medida por las mujeres como son los salones. Éstos se originan en Francia en el siglo XVII, en casa de Catherine de Vivonne, más conocida como marquesa de Rambouillet, y llegan un siglo después a España, donde la vida social en esa época era casi imperceptible. Las distintas actividades que se organizaban en estos salones iban desde el gran baile hasta una reunión íntima que consistía en una tertulia, comida o pequeña fiesta a la que llamaban “sarao”. Este papel cohesionador de los salones permitió a las mujeres iniciar el difícil camino hacia la conquista de su emancipación y hacia la igualdad de oportunidades.
Algunas mujeres intentaron emular los salones franceses, pero no fue hasta 1749, cuando la marquesa de Sarriá, Josefa de Zúñiga y Castro, aristócrata e ilustrada española, creó el primer salón conocido como la Academia Literaria del Buen Gusto y Decoro. Cuando enviudó del conde de Lemos presidió en su palacio de la calle del Turco unas reuniones literarias mensuales que tomaron el nombre de Academia del Buen Gusto. Su destacada erudición y belleza atrajeron a la aristocracia ilustrada y a las élites intelectuales a sus tertulias. Disponía de un teatro en su residencia y allí se representaban obras francesas de moda, además de sus propias creaciones. De hecho, se subía con frecuencia al escenario y sus contemporáneos le reconocieron un notable talento para la actuación. Sin embargo, el choque de corrientes entre la nueva estética neoclásica y los gustos tradicionales heredados del barroco acabó provocando un enfrentamiento con dos bandos irreconciliables, y las reuniones de la Academia terminaron abruptamente en abril de 1751.

Sin embargo, el prototipo de la mujer ilustrada por antonomasia fue María Josefa Pimentel, XII condesa-duquesa de Benavente, que se casó con el duque de Osuna con quien tuvo nueve hijos, de los que fallecieron cuatro. La duquesa mantuvo uno de los salones literarios más importantes de Madrid, convirtiéndose en la personificación de los aristócratas ilustrados del siglo XVIII tardío. Interpretó un importante papel en la sociedad española de la época y fue mecenas del pintor Goya así como de otros artistas, escritores y científicos. Como se ha mencionado en el anterior artículo, fue una de las dos primeras mujeres en ingresar en la Real Sociedad Económica Matritense y, ante la polémica levantada por esta admisión, se convirtió en la primera presidenta de la Junta de Damas de Honor y Mérito, de 1787, realizando una labor educativa sin parangón en la época. Fue un personaje muy destacado en la corte donde rivalizó con la reina María Luisa y con la duquesa de Alba. Tuvo dos hijas, la marquesa de Santa Cruz y la duquesa de Abrantes, que continuaron con su labor educadora y social encaminada a ayudar a las mujeres de su tiempo. Creó el madrileño parque de El Capricho, un deseo personal para su villa de recreo que hoy constituye uno de los más ricos patrimonios de la villa de Madrid.
Otra mujer interesante de la época fue Mª del Pilar Teresa Cayetana de Silva Y Álvarez De Toledo, XIII duquesa de Alba de Tormes y Grande de España. Su abuelo la casó a los doce años con su primo, José Álvarez de Toledo y Gonzaga, arquetipo del aristócrata ilustrado, convirtiéndose en el matrimonio más poderoso, acaudalado y titulado del Reino de España, en constante competencia con los duques de Osuna. Enviudó de su primo sin haber tenido hijos que conservasen los títulos de ambos linajes. Una vez viuda se retiró una temporada a su Palacio de Doñana con el pintor Francisco de Goya, del que fue musa y mecenas, quien la retrató en las marismas. Fue la mujer más controvertida de su época, debido a su hermosura, riqueza, sensualidad y vida liberal. Su carácter imprevisible la hizo rivalizar con otras damas destacadas de Madrid, como la duquesa de Osuna o la vizcondesa de Bearne, incluso compitió directamente con la reina de España, María Luisa de Parma, rivalizando por sorprender en atuendo y lujos. Luego la reina la acusó de conspirar contra su protegido, Manuel Godoy, quien presuntamente también habría tenido relaciones con la duquesa, cuando era ya viuda. Cayetana murió repentinamente en 1802, a los cuarenta años, en su Palacio de Buenavista, víctima de una fiebre.

A caballo entre los siglos XVIII y XIX, surgieron otras damas importantes como la VI condesa de Montijo, María Francisca de Sales Portocarrero de Guzmán y Zúñiga, a cuyo salón de signo jansenista acudían reformadores eclesiásticos. Por su parte, en los salones de las marquesas de Squilache o de Puente, se trataban temas más de corte político. Nada que ver con la VIII condesa de Montijo consorte, María Manuela Kirpatrick, que dedicó una parte importante de sus esfuerzos a casar a sus hijas con hombres de posición acomodada y logró cumplir su sueño casando a su hija Francisca con el duque de Alba y a Eugenia, con Napoleón III. Sin olvidar las impresionantes fiestas de las duquesas de Medinaceli, de Fernán Núñez o de Montellano en sus espléndidos palacios.
Los escritores también rondaban estos salones tan importantes para la historia de las ideas, donde todas las sensibilidades estaban representadas y sujetas a interminables discusiones.
Giovanna G. de Calderón
MUJERES Y PATRIMONIO
1 de mayo de 2023
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